jueves, 7 de enero de 2021

JuanCá, el Cuarto Rey

 !!Ya llegaron, y se fueron, los Reyes Magos y el Emérito sin aparecer!!

                              

Cuenta la leyenda, según San Mateo, que guiados por una gran estrella los Reyes Magos partieron desde el lejano oriente para conocer al Mesías. Trás recorrer un largo camino llegaron un 6 de enero a un pequeño establo de un pueblito llamado Belén en el que una mujer, virgen por mas señas, que, por obra y gracia del Espíritu Santo, concibió y parió a un niño destinado a ser el Rey de Reyes, configurandose este suceso en toda una alegoría dogmática sobre la pureza (¿?) y sobre como es que, a través de la pobreza y la humildad, es posible la conexión de lo terrenal con lo divino.

Así reza el mito por el que desde hace más de dos mil años conmemoramos, nosotros los hombres, y más recientemente, El Corté Inglés, Samsung, Amazon, ... la epifanía del Señor; la adoración a ese pequeño que escapó de la crueldad de Herodes y al cual rendían tributo, además de los humildes pastores, esos tres magos orientales: Melchor, el del incienso, Gaspar, el del oro, y el etiope Baltasar, portador de esa resina aromática de usos dispares llamada mirra.

Siglos despues esos tres reyes, por ser magos, siguen visitando años tras año a los niños de medio mundo. 

Pero... ¿y si hubieran sido cuatro Reyes Magos en lugar de tres?

Relata un cuento navideño escrito en 1896 por un teólogo presbiteriano estadounidense (Henry van Dyke,1852-1933) que los Magos de Oriente no eran tres, si no que, en realidad, había un cuarto rey mago, Artabán, que nunca llegó a tiempo por sufrir una serie de problemas en el camino.

Cuenta el relato que los cuatro reyes habían fijado como punto de encuentro el templo de Borsippa, una importante ciudad de la antigua Mesopotamia, para desde allí iniciar conjntamente la larga travesía.

Acudía Artabán a la cita con su triple, escogida y simbólica ofrenda: un diamante, un pedazo de jaspe y un rubí que, al igual que las de los otros reyes, se relacionaban con la misión divina del neonato galileo, cuando en su camino encuentró un viejo moribundo, desvalijado por bandidos, al que curó sus heridas y ofreció el diamante, retrasándole en su encuentro y obligándole a hacer galopar su caballo hasta reventarlo en pos de sus otros tres compañeros reales, que no pudieron espearlo por mas tiempo. Ya a pie prosiguió su camino, y aunque las tormentas del desierto cubrieron las huellas de los que le precedian, la luz de la estrella le ayudó a llegar a Belén, tarde para la adoración pero no para presenciar la cruenta matanza ordenada por Herodes.

Artabán emplea otra de sus ofrendas, el rubí de las Sirtes, para sobornar a un mercenario y evitar la muerte de un inocente, cosa que, tras ser denunciadole, le supone decádas de cárcel en Jerusalem.

Cuando, ya convertido en un gurruño arrugado, andrajoso y ciego por los oscuros años de mazmorra, sus carceleros le liberan y, ya en las calles, Artabán es arrastrado por una multitud que se dirige al Gólgota para presenciar la crucifixión de un profeta que, según el Sanedrín, había blasfemado contra Dios. Es ahí donde, hurgando entre sus andrajos rescata el jaspe de Chipre que aun conserva con el que compra la libertad de la muchacha, que besa sus arrugas y sus ojos yermos.

Entonces la tierra tembló, el velo que separa lo terrenal de lo divino se rasgó, los sepulcros se abrieron y una falla se tragó a Artabán, que antes de morir aún acertó a vislumbrar la figura de aquel niño que nunca llegó a adorar, convertido en hombre llagado, que le dijo: "Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, enfermo estuve y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste"

Así pues pudieron ser cuatro y no tres los reyes magos que adoraron al niño, si la caridad, compasión, humildad y generosidad de uno de ellos no lo hubiera impedido, convirtiéndole esas virtudes en rey emérito del lejano oriente que nadie reconoce, recuerda, ni es vitoreado por los niños la noche del 5 de enero.

Así son tres los Reyes que visitan a los niños de medio mundo, incluido España. 

Nosotros, los españoles, también tenemos un cuarto rey que, al contrario que Artabán, no renunció a sus preciados tesoros, ni fue tan perseverante en las virtudes que le otorgaron la corona emérita.

Este nuestro, impuesto por decreto, no se llama Artaban, si no JuanCá, no es mago, pero si ilusionista pues ha hecho creer que, ante la ley y la justicia, el primer español es igual que el último; que era adalid de la democracia por "parar" un 23-F cuyo brazo ejecutor le acusa ahora de poner en marcha para luego, por cobardía, desarticularlo; capaz de disfrazar su marchamo hedonista con el eufemístico velo de "campechanía",  cuando en realidad gusta de la buena vida, de los buenos manjares, el buen vino, los safaris y, como buen Borbón, todas las mujeres, menos la propia.

Y este año, en el que ha reproducido aquél fenómeno astronómico (conjunción planetaria de Júpiter y Saturno) que los creyentes han convertido en icono religioso y adorno de belenes en Navidad, nuestro Rey Emérito, al igual que los magos, pero en un nuevo juego de ilusionismo, decidió irse precisamente a las lejanas tierras de las que partireron aquellos, por algo más prosaico como es la sucesión de hechos escandalosos que su presencia acentuaba y ponían en riesgo su patrimonio monárquico.

Precisamente este año en el que los súbditos de su reino emérito sufren del dolor de la enfermedad y de las pérdidas causadas por el SARS (y no me refiero a Sus Altezas Reales, para tranquilidad de los "patriotas"), mas acusadas por la falta de recursos públicos, Juancá, el cuarto rey español, se marcha a Abu Dabi a una "jaula de oro" de unos 11.000 € por noche, en un derroche de ese estilo campechano que tantas alabanzas le ha proporcionado de sus defensores y aduladores.

 Y digo yo que eso, por poder supornerle la pérdida de sus privilegios eméritos, debería hacerle reapacitar sobre la conveniencia de volver al país que tanto quiere, al que tanto "ha servido"para afrontar valientemente las consecuencias de sus presuntos actos y no terminar en la falla que se tragó a Artabán, pero siendo recordado como el rey que pudo ser y no fue.


Creo que ha perdido una ocasión con motivo de la celebración de la epifania y de su 83º cumpleaños para dar nuevamente muestras de su ilusionismo y este año, que ya es raro y jodido de cojones, haber aprovechado el regreso de los Magos de Oriente para, disfrazado de Artabán, haberse colado en nuestros hogares para dar explicaciones.






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